Por MARÍA MERCEDES CARRANZA
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Así, al pensar de repente en Gonzalo Arango asombra constatar hasta qué punto su obra fue —y con la de él, la de todos sus compañeros— un fenómeno típicamente colombiano, desde el punto de vista cultural y político. Como Julio Flórez en relación con el Romanticismo, los nadaístas llegaron con casi medio siglo de retraso a sus fuentes culturales y las proclamaron como la última novedad. Resucitaron lo más trasnochado del surrealismo y adoptaron las más burdas actitudes de los "poetas malditos" decimonónicos. Comenzaron atacando ferozmente a una burguesía que al final los asimiló, los hizo suyos y los ensalzó. Su amor al sensacionalismo, a la frase brillante, al chispazo, al éxito de relumbrón, fueron captados de inmediato por esa burguesía, que se dedicó a complacerlos, es decir a "escandalizarse" para llevarles la idea. No eran dañinos y por lo tanto se les podía dejar hacer. Esto no hubiera ocurrido si entre los nadaístas hubiera habido estudio, lecturas y, sobre todo, conciencia política. Si fuera amante de las frases célebres, diría que a ellos, como a Arturo Cova, se los tragó la selva: en su caso, el éxito fácil, un ambiente que no le pedía otra cosa que ese anarquismo complaciente y que no les exigía más que payasadas para otorgarles la gloria.
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Si no es por las razones anteriores, resulta difícil comprender por qué personas tan inteligentes y tan brillantes como Gallinazo, Elmo Valencia, Amílcar Osorio, J. Mario y hasta X-504 y Gonzalo Arango, no dieron o han dado obras de importancia definitiva a la literatura colombiana; y entender por qué el nadaísmo desembocó, en consecuencia, en otra gran frustración colombiana.
Lo cierto también es que esta fue la generación de la violencia: aquella cuyo momento de rebeldía coincidió con la instauración de los aparatos represivos que dieron paternidad al "entendimiento nacional", aquella, en fin, que tenía motivos de sobra para rebelarse pero que no encontró un movimiento político capaz de dar contenido y coherencia a su rebeldía.
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Sin embargo, si bien la literatura no se enriquece con ellos, sería miope y mezquino negar que el "escándalo" nadaísta desempeñó, con su actitud frente a la tradición, una saludable labor higiénica: hizo mirar a la literatura hacia sitios prohibidos o descartados hasta entonces, la puso a hablar con palabras hasta entonces también inadmisibles y pretendió terminar con una carga retórica que ya la asfixiaba. En resumen: el nadaísmo trajo microbios a la literatura colombiana, que si no fueron vigorosos la hicieron, en su momento, reaccionar en forma positiva.
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El cambio ideológico de Gonzalo Arango es muy complejo, pero si se observa de cerca su obra ( desde Sexo y Saxofón, su primer libro, hasta el último: Fuego en Altar), es posible encontrar rasgos que son permanentes en ella y que permiten vislumbrar cierta coherencia entre sus posturas iniciales y las que lo caracterizaron al final. Su cercanía al surrealismo lo determinó siempre en su irracionalidad frente al fenómeno poético: la negación de la razón como razón del conocimiento poético, que en su primera etapa se caracteriza por la positividad de lo irracional como voluntad de vida, y la segunda por el irracionalismo cristiano que es una de las formas más paradójicas de negar la razón. Dentro de este orden de ideas, Gonzalo Arango fue siempre también un místico: al final religioso-cristiano, al comienzo en el sentido que esta palabra implica cuando el modo de conocimiento tiene origen visceral: el instinto, la sangre, el corazón , etcétera. Si al comienzo estuvo cerca de Nietzsche, al final quiso encontrar “la verdad del corazón" por otras vías: por los lados de Francisco de Asís en la versión hippi: escapista y profeta también desde el principio al fin fue Gonzalo Arango. Pero claro que todo esto no sucedió así como lo escribo: Gonzalo Arango no tenía una formación intelectual sólida. Muchas de sus influencias no son directas, sino tomadas por lo general de las malas digestiones de quienes ...
fueron sus maestros: Vargas Vila en especial. Su prosa, cierto tono apocalíptico y bíblico propio de Vargas Vila. No es exagerado decir que Gonzalo Arango es el mejor discípulo que Vargas Vila pudo soñar. Hay, sin embargo, una diferencia abismal entre ambos: Vargas Vila fue siempre un burgués inflado que, por ejemplo, vivió y convivió en Venezuela con la tiranía de Juan Vicente Gómez, en franca contradicción con sus prédicas literariasde anarquista.
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Gonzalo Arango, por su parte, vivió todas sus contradicciones, vivió a carta cabal su retórica y se identificó totalmente con su estética. Y esto lo pagó caro. Recuerdo que cuando lo conocí, en 1969, atravesaba un momento difícil: acababa de ser acusado en una carta pública, y forma sangrienta y mezquina, por los intelectuales "progresistas" de haberse vendido la burguesía, de haber ingresado a las arcas de la cultura oficial. Y lo más curioso del caso es que quien escribió esa carta y con mala saña la promovió fue J. G. Cobo-Borda , el artífice y mentor de la cultura oficial. Actualmente puede decirse que esas acusaciones fueron injustas. Gonzalo Arango claudicó de muchas cosas, pero nunca recibió prebendas del gobierno, ni viajó en carros oficiales, ni sus libros fueron editados con dineros estatales, ni ingresó jamás a la burocracia. En medio de sus vacilaciones vivió y murió en su ley, que fue el amor. Porque por encima de todo amó. Y a ese amor: a la vida, a Angelita, a su libertad, a los amigos, sacrificó todo, hasta el puesto que por su inteligencia y por su grandeza de espíritu hubiera podido ocupar en la historia cultural colombiana.
Nueva Frontera, Octubre de 1976.
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