jueves, 24 de mayo de 2012

COLOMBIA: Un no-país


Editorial escrito por María Mercedes Carranza para la revista "Casa Silva" No. 15, publicada en 2002
"Miré los muros de la Patria mía (...)
Y no hallé cosa en qué poner los ojos 
Que no fuese recuerdo de la muerte". 
Quevedo

A mi hermano Ramiro, secuestrado como otros miles de colombianos hoy por la "guerrilla" de las Farc : en el lugar donde se encuentre de la hermosa y terrible geografía colombiana.

Quisiera, al sentarme para escribir estas líneas sobre la intensa actividad de la Casa de Poesía Silva durante 2001, hablar una vez más del gran poder de la palabra contra el caos y el horror; de la necesidad de reemplazar las balas por las palabras; de la poesía como intermediaria entre la impotencia y la realidad, entre el miedo y la realidad, entre el fatalismo y la realidad; de la poesía -en fin- como arma para afirmar e imponer la presencia de la vida y del amor: contra la muerte, la vida.

Pero es posible que ante nuestra realidad esas no sean más que palabras vanas, mistificadoras de un día a día cada vez más degradado y degradante, de una cotidianidad que cae en el abismo del terror y la injusticia a una velocidad tan excepcional que nos ha convertido a los colombianos de hoy en testigos de una sucesión de costumbres, acontecimientos y aberraciones que han producido cambios radicales en todos los dominios espirituales y sociales del país, como creo que en otros lugares del planeta tales cambios solo han podido verse -si es que se han visto- a lo largo de un tiempo muy extenso y de las vivencias de varias generaciones.

Porque si bien es cierto que Colombia, desde el mismísimo día de su nacimiento, ha sufrido la violencia con sus más tenebrosas manifestaciones; si bien es cierto que siempre hemos tenido una clase dirigente por lo general incapaz, irresponsable, estulta, siempre al servicio de sus mezquinos intereses y con frecuencia corrompida; si bien es cierto que la justicia y la distribución de la riqueza han sido históricamente aberrantes a favor de los más poderosos, es clarísimo también que solo dos décadas han bastado para que las dimensiones de nuestra tragedia colectiva, provocada por los anteriores y varios otros factores internos y externos de no menor importancia (como la masiva e impune afición de gringos y europeos a la coca y a la heroína y la indiferencia de sus países frente a la guerra que ellos alimentan), se haya ahondado hasta un punto de no retorno en cuanto a la viabilidad del país como cuerpo social con un destino común.

O más claro: ya hoy solo es posible hablar de Colombia como un no-país, porque ha ocurrido una pérdida total de la ética social yde los principios de justicia y de solidaridad que presiden toda vida en comunidad, así como se han destruido los referentes culturales comunes que dan unidad y coherencia a una sociedad.

El nuestro es un territorio geográfico que carece de la presencia de un Estado y que se encuentra escindido en feudos que se disputan la delincuencia común y los distintos grupos armados ilegales: "guerrillas", paramilitarismo, carteles de la droga y ninguno con un norte ideológico o con propósitos diferentes a lucrarse por medio del crimen y el narcotráfico.

No está lejos el día en que se hablará de Colombia del Norte y Colombia del Sur; arriba del mapa, los paramilitares y sus diversas y atroces formas de delincuencia; abajo, la "guerrilla" también con sus diversas y atroces formas de delincuencia y el narcotráfico como motor común y dueño y señor de ambos países. Y los dos, el de la "guerrilla" y el del paramilitarismo, dentro de una dinámica de extrema derecha de talante fascista, con su totalitarismo inhumano y criminal y, en nuestro caso, de características delictivas hasta la médula.

¿Cómo se traduce lo anterior en los términos de la catástrofe que vivimos? Algunas cifras bastan: el incremento en la concentración de la riqueza, gracias a las políticas neoliberales de los noventa, tiene como resultado que hoy 29 millones de colombianos (el 68% de la población) se encuentren en pobreza y de ellos el 20% en miseria extrema (pero tenemos el lujo de contar con dos magnates entre la lista de los más ricos del mundo, según la revista "Forbes"); se reportan 3,5 millones personas desempleadas (16.5%) y 6,6 millones de subempleados; hay casi dos millones de desplazados, fenómeno que afecta a 816 de los 1.097 municipios del país; cerca de 1 millón y medio de personas en los últimos tres años han huido fuera del país o se han exiliado; permanecen secuestrados alrededor de 2 mil 500 personas, la mayoría por la "guerrilla" de las Farc y la delincuencia común. ¿Podemos hablar de paz y de democracia?

¿Podemos hablar de poesía? Lo cierto es que durante el 2001, cerca de medio millón de personas, en su mayoría de los estratos bajos, se beneficiaron de los servicios de la Casa Silva, buscaron la poesía en talleres, congresos, conferencias, recitales, concursos, visitas guiadas, eventos infantiles, publicaciones y exposiciones, promovidas y organizadas por nosotros. Y muchos miles de colombianos en todo el país recordaron el Paraíso Perdido (la existencia de la justicia, de la paz, del amor, de la alegría) en un libro, una obra de teatro, una pintura o en una música. Eso talvez ayuda para algo... talvez.

MARIA MERCEDES CARRANZA

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