viernes, 20 de mayo de 2011

Esta historia se cose al estilo sastre - El Colombiano

Esta historia se cose al estilo sastre - El Colombiano

Esta historia se cose al estilo sastre

CINCO ANCIANOS están a punto de perder la sastrería. Un edificio espera ser construido justo allí. Y en medio del drama, y la misma comedia, se van confesando. Una historia de resistencia, memoria y modernidad en el Teatro Oficina Central de los Sueños.

Mónica Quintero Restrepo | Medellín | Publicado el 20 de mayo de 2011
Las viejas máquinas están ad portas de dar sus últimas puntadas al estilo sastre. A los cinco señores, ya con los años encima y las canas y las gafas y el sombrero y hasta la calvicie, les han dicho que deben irse. Que la casa vieja, la de toda la vida, la van a demoler.

Cinco ancianos (uno que aparece de repente y a veces), indefensos ellos (o eso parecen), se van confesando mientras pasan las últimas horas que les queda de vida, bueno, que les queda de casa.

Están en bancarrota, la sastrería se las van a quitar y son unos viejos que muchos dirían decrépitos. Y si se van, ni siquiera les va a quedar la cotidianidad. Esa de estar cosiendo mientras al fondo la radio hace de las suyas con la música y las noticias.

La idea de la obra Eternidad o la larga vida de los sastres le llegó a Jaiver Jurado cuando tuvo la oportunidad de entrar, más de fondo, en una sastrería del centro de la ciudad. También vio peluquerías y otros lugares que parecen al borde de la extinción.

Observó, escuchó conversaciones, los vio como espacios que se resisten fuertemente a las transformaciones urbanas, escribió el guión, se ganó la beca de creación en dramaturgia y el año pasado, con su grupo, el Teatro Oficina Central de los Sueños, pensaron que era interesante llevarla a escena. Y están de estreno.

"Queremos construir una dramaturgia propia y apuntarle a temas de resistencia, memoria e identidad, bajo el crisol de la poesía", explica Jaiver, quien es el director y guionista.

Con Eternidad pasa precisamente así. Una mirada a esos lugares que se resisten a desaparecer, pero también a los que la modernidad y los jóvenes, inevitablemente, los van permeando o mezclando.

Por la sastrería pasa el vendedor, la punkera, el niño indigente, la viuda. Y entre todos se "va creando una mezcla humanística bastante exótica e inquietante. Te está hablando del devenir, de la decadencia, de lo que ya se acaba". No importa que hayan historias y frustraciones propias.

La vida misma
Cuando llega el último día para estar en la casa, los cinco ancianos, en medio de la preocupación reinante, y de treinta años de convivencia, conversan al ritmo del tango, del aguardiente, del humo del cigarrillo. De los recuerdos.

Les alcanza incluso para que la sastrería se convierta en un lugar bohemio, inesperado, dramático y cómico. Todo al tiempo.

Y hay un juego con la música y la iluminación, que son fundamentales dentro de la historia misma.

La que se escucha durante la hora y quince minutos que dura la puesta en escena, en parte la ha hecho el grupo y otra es muy universal. Las luces le hacen hincapié a las rupturas. Por cada sastre hay un quiebre poético, muy develador.

Los viejos están cosiendo. El lugar es cíclico, la conversación es la de todos los días, las máquinas suenan igual que siempre. Entonces llegan los problemas, el desalojo, la preocupación, las copas, el cigarrillo, la resistencia, las risas viejas. "¡Qué vengan y nos desalojen, si son tan berracos".