viernes, 25 de mayo de 2012

"HÉROES MINIATURA" 
de Plataforma Cultural y Partenón Teatro.



Esta es la historia de cuatro personajes: el Pequeño Simón, sus amigos pascasio y manuelita y Don Pacho de Santander, personajes cotidianos en una especie de barrio común.
Don Pacho es un viejo gruñón, amargado, tacaño y muy egoísta que no les permite a los niños jugar en el único jardín del barrio, donde él tiene sembrado su jardín de flores. Don pacho, que vive y habla con una yuca a la que llama "niña" defiende aquel lugar a capa y espada de pelotas, bicicletas, triciclos y demás artefactos que los niños utilizan para sus  aventuras infantiles.
pero una mañana, antes de ir a la escuela a reclamar un hermoso trofeo que han ganado, los tres niños...
...por error, dejan caer su balón al jardín de don pacho, quien de inmediato lo decomisa jurando darle su merecido a los tres, puesto que conoce desde hace tiempo de sus travesuras y su intención de entrar al jardín a dañarlo todo.

Cansados de las odiosas reglas e imposiciones de Don Pacho, Simón y sus amigos elaboran un plan basado en los libros escolares que narran la historia de las revoluciones y batallas de imaginación, con el único fin de liberar su balón y convertir el jardín en un parque de juegos para todos, como siempre debía haber sido..

Funciones
Domingos 27 de Mayo, 3 y 10 de Junio
Hora: 11:30 a.m.
Boletería: $ 5.000 Niños, estudiantes con carné, discapacitados y adultos mayores. $ 10.000 Público general.
Lugar: Teatro Oficina Central de los Sueños.
Dirección: Cr. 43 N° 52 -50 Diagonal al Parque del Periodista.
Informes y Reservas al Tel. 239 41 79.

http://www.flickr.com//photos/partenonteatro/show/


jueves, 24 de mayo de 2012

Nota sobre el Nadaismo


Por MARÍA MERCEDES CARRANZA



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Así, al pensar de repente en Gonzalo Arango asombra constatar hasta qué punto su obra fue —y con la de él, la de todos sus compañeros— un fenómeno típicamente colombiano, desde el punto de vista cultural y político. Como Julio Flórez en relación con el Romanticismo, los nadaístas llegaron con casi medio siglo de retraso a sus fuentes culturales y las proclamaron como la última novedad. Resucitaron lo más trasnochado del surrealismo y adoptaron las más burdas actitudes de los "poetas malditos" decimonónicos. Comenzaron atacando ferozmente a una burguesía que al final los asimiló, los hizo suyos y los ensalzó. Su amor al sensacionalismo, a la frase brillante, al chispazo, al éxito de relumbrón, fueron captados de inmediato por esa burguesía, que se dedicó a complacerlos, es decir a "escandalizarse" para llevarles la idea. No eran dañinos y por lo tanto se les podía dejar hacer. Esto no hubiera ocurrido si entre los nadaístas hubiera habido estudio, lecturas y, sobre todo, conciencia política. Si fuera amante de las frases célebres, diría que a ellos, como a Arturo Cova, se los tragó la selva: en su caso, el éxito fácil, un ambiente que no le pedía otra cosa que ese anarquismo complaciente y que no les exigía más que payasadas para otorgarles la gloria.
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Si no es por las razones anteriores, resulta difícil comprender por qué personas tan inteligentes y tan brillantes como Gallinazo, Elmo Valencia, Amílcar Osorio, J. Mario y hasta X-504 y Gonzalo Arango, no dieron o han dado obras de importancia definitiva a la literatura colombiana; y entender por qué el nadaísmo desembocó, en consecuencia, en otra gran frustración colombiana.

Lo cierto también es que esta fue la generación de la violencia: aquella cuyo momento de rebeldía coincidió con la instauración de los aparatos represivos que dieron paternidad al "entendimiento nacional", aquella, en fin, que tenía motivos de sobra para rebelarse pero que no encontró un movimiento político capaz de dar contenido y coherencia a su rebeldía.

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Sin embargo, si bien la literatura no se enriquece con ellos, sería miope y mezquino negar que el "escándalo" nadaísta desempeñó, con su actitud frente a la tradición, una saludable labor higiénica: hizo mirar a la literatura hacia sitios prohibidos o descartados hasta entonces, la puso a hablar con palabras hasta entonces también inadmisibles y pretendió terminar con una carga retórica que ya la asfixiaba. En resumen: el nadaísmo trajo microbios a la literatura colombiana, que si no fueron vigorosos la hicieron, en su momento, reaccionar en forma positiva.
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El cambio ideológico de Gonzalo Arango es muy complejo, pero si se observa de cerca su obra ( desde Sexo y Saxofón, su primer libro, hasta el último: Fuego en Altar), es posible encontrar rasgos que son permanentes en ella y que permiten vislumbrar cierta coherencia entre sus posturas iniciales y las que lo caracterizaron al final. Su cercanía al surrealismo lo determinó siempre en su irracionalidad frente al fenómeno poético: la negación de la razón como razón del conocimiento poético, que en su primera etapa se caracteriza por la positividad de lo irracional como voluntad de vida, y la segunda por el irracionalismo cristiano que es una de las formas más paradójicas de negar la razón. Dentro de este orden de ideas, Gonzalo Arango fue siempre también un místico: al final religioso-cristiano, al comienzo en el sentido que esta palabra implica cuando el modo de conocimiento tiene origen visceral: el instinto, la sangre, el corazón , etcétera. Si al comienzo estuvo cerca de Nietzsche, al final quiso encontrar “la verdad del corazón" por otras vías: por los lados de Francisco de Asís en la versión hippi: escapista y profeta también desde el principio al fin fue Gonzalo Arango. Pero claro que todo esto no sucedió así como lo escribo: Gonzalo Arango no tenía una formación intelectual sólida. Muchas de sus influencias no son directas, sino tomadas por lo general de las malas digestiones de quienes ...

fueron sus maestros: Vargas Vila en especial. Su prosa, cierto tono apocalíptico y bíblico propio de Vargas Vila. No es exagerado decir que Gonzalo Arango es el mejor discípulo que Vargas Vila pudo soñar. Hay, sin embargo, una diferencia abismal entre ambos: Vargas Vila fue siempre un burgués inflado que, por ejemplo, vivió y convivió en Venezuela con la tiranía de Juan Vicente Gómez, en franca contradicción con sus prédicas literariasde anarquista.
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Gonzalo Arango, por su parte, vivió todas sus contradicciones, vivió a carta cabal su retórica y se identificó totalmente con su estética. Y esto lo pagó caro. Recuerdo que cuando lo conocí, en 1969, atravesaba un momento difícil: acababa de ser acusado en una carta pública, y forma sangrienta y mezquina, por los intelectuales "progresistas" de haberse vendido la burguesía, de haber ingresado a las arcas de la cultura oficial. Y lo más curioso del caso es que quien escribió esa carta y con mala saña la promovió fue J. G. Cobo-Borda , el artífice y mentor de la cultura oficial. Actualmente puede decirse que esas acusaciones fueron injustas. Gonzalo Arango claudicó de muchas cosas, pero nunca recibió prebendas del gobierno, ni viajó en carros oficiales, ni sus libros fueron editados con dineros estatales, ni ingresó jamás a la burocracia. En medio de sus vacilaciones vivió y murió en su ley, que fue el amor. Porque por encima de todo amó. Y a ese amor: a la vida, a Angelita, a su libertad, a los amigos, sacrificó todo, hasta el puesto que por su inteligencia y por su grandeza de espíritu hubiera podido ocupar en la historia cultural colombiana.

Nueva Frontera, Octubre de 1976.

MARÍA MERCEDES BIOGRAFÍA



Miguel Méndez Camacho, en este bello y doloroso texto, da cuenta de la muerte de María Mercedes Carranza y con ojo certero repasa su poesía.

Miguel Méndez Camacho
El Malpensante

Junio-julio de 2004

María Mercedes se salió de la fiesta, con un portazo como siempre, y yo sigo buscándola. Fue este último viernes, hacia el amanecer. Tenía 58 años, una hija, cuatro o cinco libros de poemas, un pasado repleto de cicatrices y fantasmas, deudas y amoríos pendientes. Se lamentaba de estar sobregirada en afectos y en bancos, pero tenía dos casas: el empinado apartamento de La Macarena, que pagó por cuotas, y la solariega casa de José Presunción Silva, que se tomó a la brava y manejaba como si fuera suya.
Tenía miedo, estaba sola, se sentía triste y se había vuelto pendenciera. Había sido bella como toda mujer que se desea, pero estaba entregada a la amargura de envejecer con rabia en un país de locos insensibles que cierran los ojos y se taponan con cera los oídos, como Ulises, el amante que no escuchó su ruego: “Quiero que Ulises me haga el amor y en la cama me cuente cómo eran los vestidos de Helena y si Paris fue como lo pinta Rubens”.

María Mercedes se salía de las fiestas, pero dejaba indicios para que fueran a buscarla, o regresaba, no a presentar disculpas sino a brindar por ellas.

Cuando éramos jóvenes, ése era un ademán de su insolencia, un gesto suyo de coquetería. Recuerdo que hace siglos David Bonells se condolió conmigo al mirarla partir del bar donde bebíamos, alegando una cita, un compromiso impostergable en la 63 con cuarta. La 63 es la calle con más repeticiones en el abecedario de la nomenclatura y la cuarta era entonces una ruta siniestra. Decidimos seguirla y fuimos a buscarla en un taxi que subiera y bajara los columpios de la 63, y en algún paradero la encontramos sonriente, dichosa de sentirse la aguja en el pajar de una noche de lluvia. Todavía me duele esa alegría.

Otras veces, como dueña de casa, incómoda con alguna discusión, suspendía el servicio de copas, y de malas maneras nos echaba a la calle. Ya se estaba quedando sin amigos, en una Bogotá cada vez más inhóspita: “Ciudad a medio hacer, siempre a punto de parecerse a algo como una muchacha que comienza a menstruar, precaria, sin belleza alguna”.

Envejecida, sola, asustada y rabiosa, cómo no iba a salirse de su vida, si tenía la costumbre de irse de las fiestas sin motivo ninguno. “Nada me calma ni sosiega: ni esta palabra inútil, ni esta pasión de amor, ni el espejo donde se ve ya mi rostro muerto. Oídme bien, lo digo a gritos: tengo miedo”.

Como si fuera poco, siempre se había sentido inútil: “He aquí que llego a la vejez y nadie ni nada me ha podido decir para qué sirvo. Sume usted oficios, vocaciones, misiones y predestinaciones: la cosa no es conmigo. No es que me aburra, es que no sirvo para nada. Ensayo profesiones, que van desde cocinera, madre y poeta hasta contabilista de estrellas. De repente quisiera ser cebolla para olvidar obligaciones o árbol para cumplir con todas ellas. Sin embargo, lo más fácil es que confiese la verdad. Sirvo para oficios desuetos: Espíritu Santo, dama de compañía, Estatua de la Libertad, Arcipreste de Hita. No sirvo para nada”.

Y ya estaba perdiendo la pelea con un alcalde voraz que pretendía despojarla de la Casa Silva, para utilizarla en su campaña croactiva de los días con cebras pero sin poesía. Ese payaso triste que estaba en el entierro, como siempre: exhibiéndose, mostrándonos el culo de su filosofía.

Con los amigos nos sucede como con el entorno, que de tanto mirarlo no lo vemos, porque a veces los árboles no dejan ver el bosque. Y hablando de poetas es más triste: no nos leemos, o lo hacemos de afán, apresuradamente. Jamás les dedicamos el tiempo y la emoción que malgastamos en autores ajenos. Con María Mercedes compartimos nuestras iniciales, el inspector Maigret, el agobiante aroma del coñac y muchos recitales para leer en público media docena de poemas (casi siempre los mismos), y procedíamos a celebrarlo sin mencionar los versos. Igual que los cocheros o los cirujanos que cuando se emborrachan no hablan ni de anestesias ni trasteos. Ése era nuestro oficio, y lo asumíamos con una altanera identidad de gremio. Pero nunca me ocupé de su obra con la paciencia o la pasión que me hace presumir de especialista en Borges o Neruda; ese complejo de turismo intelectual que nos lleva a visitar los museos de Londres o de Praga, sin haber conocido Maloka o el Museo Nacional.

El sábado en la noche, al regreso de su crematorio, desbaraté mi biblioteca para buscar sus libros refundidos en mi desorden de palabrerías. Y me senté a leerla lentamente, adolorido y apesadumbrado. La leo y la releo para confirmar esa verdad de a puño de su poesía, valiente y arrogante, inconforme e irónica, lúdica y mordaz, cínica y desesperanzada.

Como era la hija de un poeta de contagiosa lírica, escribió desafiante sin Teresas ni arroyuelos azules, sin jilgueros ni ríos. Su obsesión era lo cotidiano: las cuentas del mercado, el maquillaje, el pescado frito en la cocina, los inconstantes amoríos, el esmalte de uñas, el cepillo de dientes, los amantes ausentes, la cortesía y Santas Pascuas. No acariciaba las palabras como lo hacía su padre, les faltaba al respeto, se burlaba, les daba cachetadas. “Si es cierto que alguien dijo hágase la palabra y usted se hizo mentirosa, puta, terca, es hora de que se quite el maquillaje y empiece a nombrar, no lo que es de Dios ni lo que es del César, sino lo que es nuestro cada día. Hágase mortal a cada paso, deje las rimas y solfeos, gorgoritos y gorjeos, melindres, embadurnes y barnices y oiga atenta esta canción: los pollitos dicen píopíopío cuando tienen hambre, cuando tienen frío”.

Leyéndola, María Mercedes pareciera contenta, traviesa y juguetona. Pero viviéndola, mirándola despacio, su poesía tiene un sonsonete de responso; no la recorre una bandada de palomas: la atraviesa el batallón mortuorio de las moscas, que dibujan el mapa de Colombia en la portada de su último libro de enlutecido treno: El canto de las moscas.

Era antigua esa tristeza suya que escondía por el asesinato de Luis Carlos Galán y la tragedia de su íntima Genoveva Samper. Por el suicidio que Aseneth Velásquez le había prometido compartir y le negó, por el secuestro de su hermano Ramiro, por sus reiteradas depresiones y por su insoportable mal de amores. Por eso se atreve a aconsejarle a la señora Arnolfini: “dedíquese a coleccionar llaveritos y hágase la cirugía plástica; después tome barbitúricos. Haga algo señora para no verla morir entre memorias tristes”.
En “Una rosa para Dylan Thomas”, un texto de trágica belleza, desde el epígrafe se asume solidaria con la muerte. El poeta británico decía: “Murió tan extraña y trágicamente como había vivido, preso de un caos de palabras y pasiones sin freno... no consiguió ser grande, pero fracasó genialmente”.
Y María Mercedes le hace coro repitiendo que no quiere salvarse, porque decide que todo está perdido. “Ni el poder ni el dinero ni la gloria merecen un instante de la inocencia que lo consume; no cortará la cuerda que lleva atada al cuello. Le bastó la dosis exacta de alcohol para morir como mueren los grandes: por un sueño que sólo ellos se atreven a soñar”.

La muerte y el amor nos viven acechando, pero golpean distinto. Si el orgasmo es la única agonía memorable, porque es repetible, el erotismo es el aprendizaje de la muerte. María Mercedes lo sabía y en el proyecto de escribirlo andaba entretenida como si fuera su escalera de incendios, para entrar y salir a escondidas de ese asunto que ya tenía maduro: tomarse de un envión su dosis mensual de Prozac, la supuesta pastilla de la felicidad, y un botellón de whisky. Ella se fue sonriendo, me imagino, me conviene creerlo; pero a quienes la queríamos nos amargó la vida y nos dejó tristiando. “No más amaneceres ni costumbres, no más luz, no más oficios, no más instantes. Sólo tierra, tierra en los ojos, entre la boca y los oídos; tierra sobre los pechos aplastados; tierra entre el vientre seco; tierra apretada a la espalda; a lo largo de las piernas entreabiertas, tierra; tierra entre las manos ahí dejadas. Tierra y olvido”.

Esta oración la leímos escrita sobre uno de los muros de la Casa Silva, donde lucen los rostros de sus poetas muertos. Alguien nos dijo que era su última protesta premonitoria. Suena patético y poético pero no es cierto. Es un texto de quince años atrás, equivocado de intenciones. Nunca llegó a la tierra que se quedó esperándola, se consumió en el fuego.

De esa silenciosa despedida me seguirá doliendo ese rito sin curas, oraciones, letanías ni novenario, porque había apostatado de su religión. Para extrañarla nos será suficiente sentir pasar el viento.

Bogotá, 14 de julio de 2003

http://www.elmalpensante.com/index.php?doc=display_contenido&id=1108

COLOMBIA: Un no-país


Editorial escrito por María Mercedes Carranza para la revista "Casa Silva" No. 15, publicada en 2002
"Miré los muros de la Patria mía (...)
Y no hallé cosa en qué poner los ojos 
Que no fuese recuerdo de la muerte". 
Quevedo

A mi hermano Ramiro, secuestrado como otros miles de colombianos hoy por la "guerrilla" de las Farc : en el lugar donde se encuentre de la hermosa y terrible geografía colombiana.

Quisiera, al sentarme para escribir estas líneas sobre la intensa actividad de la Casa de Poesía Silva durante 2001, hablar una vez más del gran poder de la palabra contra el caos y el horror; de la necesidad de reemplazar las balas por las palabras; de la poesía como intermediaria entre la impotencia y la realidad, entre el miedo y la realidad, entre el fatalismo y la realidad; de la poesía -en fin- como arma para afirmar e imponer la presencia de la vida y del amor: contra la muerte, la vida.

Pero es posible que ante nuestra realidad esas no sean más que palabras vanas, mistificadoras de un día a día cada vez más degradado y degradante, de una cotidianidad que cae en el abismo del terror y la injusticia a una velocidad tan excepcional que nos ha convertido a los colombianos de hoy en testigos de una sucesión de costumbres, acontecimientos y aberraciones que han producido cambios radicales en todos los dominios espirituales y sociales del país, como creo que en otros lugares del planeta tales cambios solo han podido verse -si es que se han visto- a lo largo de un tiempo muy extenso y de las vivencias de varias generaciones.

Porque si bien es cierto que Colombia, desde el mismísimo día de su nacimiento, ha sufrido la violencia con sus más tenebrosas manifestaciones; si bien es cierto que siempre hemos tenido una clase dirigente por lo general incapaz, irresponsable, estulta, siempre al servicio de sus mezquinos intereses y con frecuencia corrompida; si bien es cierto que la justicia y la distribución de la riqueza han sido históricamente aberrantes a favor de los más poderosos, es clarísimo también que solo dos décadas han bastado para que las dimensiones de nuestra tragedia colectiva, provocada por los anteriores y varios otros factores internos y externos de no menor importancia (como la masiva e impune afición de gringos y europeos a la coca y a la heroína y la indiferencia de sus países frente a la guerra que ellos alimentan), se haya ahondado hasta un punto de no retorno en cuanto a la viabilidad del país como cuerpo social con un destino común.

O más claro: ya hoy solo es posible hablar de Colombia como un no-país, porque ha ocurrido una pérdida total de la ética social yde los principios de justicia y de solidaridad que presiden toda vida en comunidad, así como se han destruido los referentes culturales comunes que dan unidad y coherencia a una sociedad.

El nuestro es un territorio geográfico que carece de la presencia de un Estado y que se encuentra escindido en feudos que se disputan la delincuencia común y los distintos grupos armados ilegales: "guerrillas", paramilitarismo, carteles de la droga y ninguno con un norte ideológico o con propósitos diferentes a lucrarse por medio del crimen y el narcotráfico.

No está lejos el día en que se hablará de Colombia del Norte y Colombia del Sur; arriba del mapa, los paramilitares y sus diversas y atroces formas de delincuencia; abajo, la "guerrilla" también con sus diversas y atroces formas de delincuencia y el narcotráfico como motor común y dueño y señor de ambos países. Y los dos, el de la "guerrilla" y el del paramilitarismo, dentro de una dinámica de extrema derecha de talante fascista, con su totalitarismo inhumano y criminal y, en nuestro caso, de características delictivas hasta la médula.

¿Cómo se traduce lo anterior en los términos de la catástrofe que vivimos? Algunas cifras bastan: el incremento en la concentración de la riqueza, gracias a las políticas neoliberales de los noventa, tiene como resultado que hoy 29 millones de colombianos (el 68% de la población) se encuentren en pobreza y de ellos el 20% en miseria extrema (pero tenemos el lujo de contar con dos magnates entre la lista de los más ricos del mundo, según la revista "Forbes"); se reportan 3,5 millones personas desempleadas (16.5%) y 6,6 millones de subempleados; hay casi dos millones de desplazados, fenómeno que afecta a 816 de los 1.097 municipios del país; cerca de 1 millón y medio de personas en los últimos tres años han huido fuera del país o se han exiliado; permanecen secuestrados alrededor de 2 mil 500 personas, la mayoría por la "guerrilla" de las Farc y la delincuencia común. ¿Podemos hablar de paz y de democracia?

¿Podemos hablar de poesía? Lo cierto es que durante el 2001, cerca de medio millón de personas, en su mayoría de los estratos bajos, se beneficiaron de los servicios de la Casa Silva, buscaron la poesía en talleres, congresos, conferencias, recitales, concursos, visitas guiadas, eventos infantiles, publicaciones y exposiciones, promovidas y organizadas por nosotros. Y muchos miles de colombianos en todo el país recordaron el Paraíso Perdido (la existencia de la justicia, de la paz, del amor, de la alegría) en un libro, una obra de teatro, una pintura o en una música. Eso talvez ayuda para algo... talvez.

MARIA MERCEDES CARRANZA

La despedida de María Mercedes Carranza


Por Daniel Samper Pizano
Viernes 11 de julio de 2003


El jueves pasado, después de haber hablado con algunos de sus amigos más cercanos sin revelarles su decisión, María Mercedes Carranza terminó su jornada de trabajo en la Casa Silva, se marchó a su viejo apartamento en los cerros de Bogotá y se quito la vida.

No fue una determinación caprichosa ni por azar. En los últimos años se le habían acumulado muchos pesares -desde el asesinato de Luis Carlos Galán hasta la muerte de dos de sus más queridas amigas- y a esta suma de penas se le agregó hace ya meses el secuestro, por cuenta de las Farc, de su hermano Ramiro, un hombre sin enemigos y sin patrimonio.

Aunque solía exhibir un temperamento alegre y risueño, de vez en cuando a María Mercedes se le oscurecía la mirada y comentaba entre suspiros: "¡Ay, este país nos está matando!".

Antes de que lo hiciera el país, ella prefirió asumirlo por su propia mano. Ejerció así una de las pocas libertades que nos van quedando a los colombianos, que es la de escoger morir antes de que tomen la decisión por uno.

De sus temores y angustias de poeta dan testimonio los títulos de algunos de sus primeros libros: Tengo miedo, Hola, soledad, Maneras del desamor. Pero el último, El canto de las moscas no es ya un recorrido interior sobre los apremios del amor y la existencia, sino un canto funeral a Colombia. Un canto estremecedor y desolado, cuya música emerge de los nombres de las aldeas remotas donde la violencia ha dejado su huella. Quiso contarnos que en esas masacres, emboscadas y ejecuciones ya no había dignidad ni ideales: solo sinrazón y muerte, muerte, muerte.

Al decidir la suya hace unas horas, pudo, al menos, revestirla de respetabilidad y de propósito. María Mercedes no ha muerto por accidente, ni porque "así es la vida". Murió porque ya no resistía tanto atropello, tanta injusticia, tanta locura.

Hace ciento siete años, en el despacho contiguo al que ella ocupó en la calle catorce con carrera tercera, el dueño de casa de pegó un tiro fatal. Previamente, el médico de la familia le había dibujado en el pecho el sitio exacto donde late el corazón. José Asunción Silva murió agobiado por la vida. María Mercedes ha terminado por imitarlo agobiada por la muerte.

En la mesa de noche, donde reposaban los frascos vacíos de píldoras antidepresivas, su única hija Melibea, encontró la carta de despedida. Le hablaba del amor y de la juventud. No lejos de allí, prologado por ella misma, estaba un libro de su padre, el poeta Eduardo Carranza. Que una vez escribió: "Todo cae, se esfuma, se despide, y yo mismo me estoy diciendo adiós".

Extraído de http://www.casadepoesiasilva.com

POEMA DE LOS HADOS


María Mercedes Carranza...

Soy hija de Benito Mussolini
y de alguna actriz de los años 40
que cantaba la "Giovinezza".
Hiroshima encendió el cielo
el día de mi nacimiento y a mi cuna
llegaron, Hados implacables,
un hombre con muchas páginas acariciadas
donde yacían versos de amor y de muerte;
la voz furiosa de Pablo Neruda;
bajo su corona de ceniza, Wilde
bello y maldito,
habló del esplendor de la Vida
y de la seducción fatal de la Derrota;
alguien grito "muera la inteligencia",
pero en ese mismo instante Albert Camus
decía palabras
que eran de acero y de luz;
la Pasión ardía en la frente de Mishima;
una desconocida sombra o máscara,
puso en mi corazón el Paraíso Perdido
y un verso;
"par delicatesse j'ai perdu ma vie".
Caía la lluvia triste de Vallejo
se apagaba en el viento la llama de Porfirio;
en el aire el furor de las balas
que iban de Cúcuta a Leticia, se cruzaban
con los cañones de "Casablanca"
y las palabras de su canción melancólica:

"El tiempo pasa,
un beso no es más que un beso..."

Así me fue entregado el mundo.
Esas cosas de horror, música y alma
han cifrado mis días y mis sueños.

viernes, 11 de mayo de 2012

BIOGRAFÍA DE GONZALO ARANGO


(1931 - 1976) Poeta, periodista, dramaturgo y narrador colombiano. Gonzalo Arango nació en el municipio de Andes (Suroeste Antioqueño) en 1931, en una época conocida en Colombia como la llamada época de los regímenes liberales que enfrentarían la gran recesión económica mundial y que acelerarían los procesos de urbanización nacional con grandes reformas como las de Alfonso López Pumarejo. En su adolescencia vería la precipitación del país en una sangrienta guerra bipartidista que se desataría con El Bogotazo el 9 de abril de 1948 con el asesinato del candidato presidencial Jorge Eliecer Gaitán. La suya fue también una época profundamente influenciada por la Iglesia Católica, la cual tendría la hegemonía de la educación en Colombia tras la Constitución de 1886, además de tener una gran autoridad política, cultural y social por ejemplo en la revisión y censura del material intelectual. En 1929, por ejemplo, el Arzobispo de Medellín había prohibido la lectura de la obra "Viaje a pie" de Fernando González Ochoa bajo pena de pecado capital. Todos estos elementos influirían en la vida y obra de Arango, el cual crecería con un espíritu de rebeldía y al mismo tiempo de gran amor por su patria.
Fue el último de los 13 hijos de Franciso Arango, conocido como "don Paco" y de Magdalena Arias. Don Paco era el telegrafista del pueblo y doña Magdalena ama de casa.

Funda y anima el nadaísmo, revaloración de los movimientos europeos de vanguardia con cierto énfasis en los postulados dadaístas y surrealistas. Escribe los manifiestos que configuran los planteamientos poéticos del grupo y edita, con Jaime Jaramillo Escobar, X-504, la revista Nadaísmo 70. Colabora con publicaciones como Nueva Prensa, Cromos, El País y El Tiempo, de Colombia y de El Corno Emplumado, de México y Zona Franca, de Venezuela. Entre sus obras se cuentan los volúmenes de relatos Sexo y saxofón (1963), La consagración de la nada (1964), Los ratones van al infierno (1965), la compilación de textos periodísticos Prosas para leer en la silla eléctrica (1966), los libros de poemas Providencia (1972), ilustrado por su compañera, la cantante y pintora inglesa Angelita, y Fuego en el altar (1974) varias piezas de teatro y la antología Obra negra, cuya preparación corre a cargo del poeta nadaísta Jotamario y se publica en México en 1974. Muere en un accidente automovilístico, tras convertirse al catolicismo y renegar de los postulados más radicales del nadaísmo. De edición póstuma son Correspondencia violada (1980), el libro de poesía Adangelios (1985) y las Memorias de un presidiario nadaísta (1991).