(LATENTE)
DEL TEATRO FRONTERIZO 1977
I
Hay territorios en la vida que no gozan del privilegio
de la centralidad.
Zonas extremas, distantes, limítrofes con lo Otro, casi
extranjeras.
Aún, pero apenas propias.
Áreas de identidad incierta, enrarecidas por cualquier
vecindad.
La atracción de lo ajeno, de lo distinto, es allí intensa.
Lo contamina todo esta llamada.
Débiles pertenencias, fidelidad escasa, vagos arraigos
nómadas.
Tierra de nadie y de todos.
Lugar de encuentros permanentes, de fricciones que
electrizan el aire.
Combates, cópulas: fértiles impurezas.
Traiciones y pactos. Promiscuidad.
Vida de alta tensión.
Desde las zonas fronterizas no se perciben las
fronteras.
II
Hay –lo ha habido siempre- un teatro fronterizo.
Íntimamente ceñido al fluir de la historia, la Historia,
sin embargo, lo ha ignorado a menudo, quizá por su
adhesión insobornable al presente, por su vivir de
espaldas a la posteridad. También por producirse fuera
de los tinglados inequívocos, de los recintos
consagrados, de lo compartimentos netamente serviles
a sus rótulos, de las designaciones firmemente
definidas por el consenso colectivo o privativo.
Teatro ignorante a veces de su nombre, desdeñoso
incluso de nombre alguno. Quehacer humano que se
muestra en las parcelas más ambiguas del arte; de las
artes y de los oficios. Y en las fronteras mismas del
arte y de la vida.
Oficio multiforme, riesgo inútil, juego comprometido
con el hombre.
Es un teatro que provoca inesperadas conjunciones o
delata la estupidez de viejos cismas, pero también
destruye los conjuntos armónicos, desarticula
venerables síntesis y hace, de una tan sola de sus
partes, el recurso total de sus maquinaciones. De ahí
que con frecuencia resulte irreconocible, ente híbrido,
monstruo fugaz e inofensivo, producto residual que
fluye tenazmente por cauces laterales. Aunque a veces
acceda a servir una Causa, aunque provisionalmente
asuma los colores de una u otra bandera, su vocación
profunda no es la Idea o la Nación, sino el espacio
relativo en que nacen las preguntas, la zona indefinida
que nadie reivindica como propia. Una de sus metas
más precisas –cuando se las plantea- sería suscitar la
emergencia de pequeñas patrias nómadas, de efímeros
países habitables donde la acción y el pensamiento
hubieran de inventarse cada día.
Pero no es, en modo alguno, un teatro ajeno a las
luchas presentes. Las hace suyas todas, y varias del
pasado, y algunas del futuro. Sólo que, en las
fronteras, la estrategia y las armas tienen que ser
distintas.